En los últimos meses, ha emergido una narrativa optimista que proclama el supuesto declive de la ideología "woke". Esta percepción ha ganado fuerza con la irrupción de líderes y figuras públicas como Donald Trump, Javier Milei, Elon Musk o Giorgia Meloni, quienes han desafiado abiertamente el avance de esta corriente. En el ámbito cultural, voces como Joe Rogan, Jordan Peterson o Dave Chappelle también han contribuido a cuestionar y satirizar los postulados del "wokismo", reforzando la idea de que su influencia está siendo contenida e incluso revertida. Este optimismo se apoya en la creencia de que la ventana de Overton ya no solo se ha detenido en su expansión hacia la izquierda cultural, sino que empieza a moverse en sentido opuesto.
Sin embargo, aunque esta interpretación resulte comprensible, no comparto la idea de que el fenómeno "woke" haya llegado a su fin. Es crucial diferenciar entre frenar una tendencia y desmantelarla completamente. Contener su avance supone un logro temporal; erradicarla, en cambio, requiere un proceso mucho más profundo, sistemático y difícil. Esta última tarea aún está lejos de cumplirse.
Las ideas y prácticas asociadas al "wokismo" han arraigado profundamente en áreas clave como la educación, los medios de comunicación, las políticas empresariales y las normativas sociales. No desaparecen simplemente por el cambio de liderazgo político ni por el giro en el discurso público. Al contrario, estas ideas suelen permanecer latentes, a la espera de condiciones favorables para resurgir con renovada fuerza. Mientras sus fundamentos sigan intactos, cualquier sensación de victoria será efímera, más una tregua temporal que una solución definitiva.
Los recientes cambios deben interpretarse como una pausa en el avance de esta ideología, pero no como su desaparición. La batalla cultural continúa, y su desenlace dependerá de nuestra capacidad para abordar y desmantelar las bases estructurales y filosóficas de este fenómeno, evitando caer en la complacencia que puede generar un triunfo aparente.
No he mencionado a España, porque considero que ambos contextos merecen un análisis propio. Sin embargo, es innegable que las dinámicas culturales y políticas que se gestan en Estados Unidos terminan influyendo, tarde o temprano, en nuestro entorno.